ViniVeri 2015: retratos de viñadores y vinos naturales
Por fin este año conseguí volver a mi país para asistir a la 12ª edición del Salone ViniVeri. Era la pieza que me faltaba para completar mi conocimiento de estos magníficos viñadores naturales italianos, cuyo viaje a España para visitar a algunos de los productores españoles de vinos naturales tuve el placer de organizar y compartir. Así, al contrario de lo que suele ocurrir, he conocido primero a los productores y luego a sus vinos, antes a los viñadores y después a sus “retratos líquidos”.
Desde mi posición de observadora privilegiada de este salón de vinos naturales que se celebra cada año en Cerea, muy cerca de Verona, la experiencia ha sido inolvidable y ahora intento reunir las piezas de un puzle hecho de fotos, etiquetas, frases, momentos, pero sobre todo de los humores, aromas y sabores de este gran evento de la enología internacional.
Más de 120 vignaioli, vignerons y viñadores provenientes de Italia, Francia, España, Austria, Eslovenia y Georgia se han reunido durante tres días en un espléndido escenario: una antigua fábrica de muebles, magnífico ejemplo de arquitectura industrial modernamente convertida en espacio expositivo. Allí han presentado sus vinos elaborados “secondo natura” tanto en el viñedo como en la bodega, es decir, sólo con procesos espontáneos y recurriendo únicamente a un uso limitadísimo de sulfitos, o incluso sin su adicción, respetando el medio ambiente y la biodiversidad, de forma natural y sostenible.
Difícil definir con un adjetivo estos vinos. El Consorzio ViniVeri quería llamarlos “vinos naturales”, pero la ley italiana no lo permite, asumiendo que todos los vinos son naturales, incluso aquellos que son producidos utilizando las más de 200 sustancias químicas de síntesis admitidas por la ley y de las cuales no queda ningún rastro en la etiqueta. Y precisamente la cuestión de la etiqueta ha sido el caballo de batalla de Giampiero Bea, amigo y presidente del consorzio. La desconcertante realidad es que el vino es el único alimento para el que no es obligatorio escribir en su etiqueta los ingredientes y sustancias usadas en su elaboración. Y Giampiero Bea haciendo verdadero encaje de bolillos diplomático, ha conseguido reunir en el salón ViniVeri a las autoridades y representantes de las diferentes posiciones, dando lugar a un inicio de dialogo entre ellos que puede que un día sirva para encontrar una solución que convenga a todos.
Pero cuidado, no estamos hablando de una feria de productores “alternativos”, extremistas de la enología, talibanes del vino que defienden a ultranza una posición de no intervención en la elaboración del vino dañando la calidad del producto.
El otro criterio fundamental para poder formar parte del consorcio ViniVeri es que los vinos sean excelentes, deben pasar la prueba de la cata. El año pasado de 64 peticiones de adhesión solo 4 fueron aceptadas. Y el resultado es extraordinario.
De hecho muchos de los vinos presentados en el salón de Cerea son verdaderas joyas de la enología y a menudo difíciles de conseguir ya que prácticamente desaparecen nada más salir al mercado. Esto también ocurrió en la enoteca de la feria, que permitía adquirir los vinos de los productores participantes, en la cual las 12 botellas de Barolo aportadas por Beppe Rinaldi desaparecieron en menos de 5 minutos. Y al comentárselo, él mismo responde con su estilo inimitable “exagerados, si es sólo vino…”.
Muchísimas la exquisiteces enológicas presentes, osaría decir que todas, porque todos estos vinos reflejan con casi perfectamente tanto el territorio como la personalidad del viñador que los produce, y los viñadores de ViniVeri tienen personalidad para dar y tomar.
Cada vino es una obra de arte, y como en un museo me entretengo en cada stand degustando los vinos como si fueran distintos cuadros pintados por un mismo pintor, con una huella reconocible pero cada uno con tonos diferentes. El placer está en recrearse en la cata: primero hay que escucharlos, observarlos con atención, acercarse gradualmente, para poder apreciarlos desde todas las perspectivas, sin zarandearlos ni sacudirlos, come sugiere Sandro Sangiorgi durante la presentación de la vertical de la Cuvée Juliette, de Jean-Pierre Robinot.
Y Jean-Pierre Robinot, venido desde el Loira, es una de las estrellas del salón, siempre con ganas de bromear y sin tomarse a sí mismo excesivamente en serio, efervescente y creativo vigneron sin edad. Catamos 8 vinos extraordinarios de añadas a partir del 2002, vinos únicos e irrepetibles, cada uno de ellos dotado de carácter propio, clara expresión de la añada y de su autor. Que como tal confirma que del vino lo que le interesa es sobre todo su componente de creatividad, genio y fantasía.
ViniVeri me permite también el reencuentro con la amiga Laura Semeria, a la que conocí hace unos años durante un viaje de reconocimiento de la región del Loira. Laura, viñadora italiana allí trasladada, produce algunos magníficos vinos como el Cour-Chevergny 2001, Romorantin 100% (una rara variedad autóctona), con enorme mineralidad, tenso y elegante. Con Laura, durante la cena de inauguración oficial del salón decidimos organizar e inmortalizar la presentación formal entre Jean-Pierre Robinot y Giuseppe Rinaldi, la “pensée dadaiste” del Loira y el jazzista del Barolo.
Y hablando de Rinaldi, es inevitable acordarse de Teobaldo Rivella, siempre juntos durante el viaje por España. Pareja imposible unida por su trabajo con le misma uva, la nebbiolo, en dos territorios muy cercanos pero también muy diferentes, Beppe Rinaldi el artista haciendo Barolos y Baldo Rivella el gentleman, el científico del Barbaresco. Su personalidad se refleja en su Barbaresco Montestefano, elegante y refinado, aparentemente delicado, pero en realidad cortante, directo y potente come un cable de acero, características que sólo puede expresar la uva nebbiolo. Probamos dos añadas diferentes la 2011 y la 2010, que serán muy grandes, dando grandes alegrías a los que tengan la paciencia de esperar.
Es también extraordinario el equipo del Friuli, capitaneado por el vicepresidente del Consorzio ViniVeri, Paolo Vodopivec, famoso por la elegancia de sus vinos elaborados en ánforas, sobre todo por su Vitovska, una escasa variedad autóctona friulana.
La alineación sigue, en orden puramente aleatorio, con otros grandísimos viñadores del Friuli, con sus vinos igualmente inolvidables. Enormes los de Dario Princic, entre ellos su celebrada Ribolla Gialla, otra de las interesantísimas variedades blancas de la región, que en sus manos se hace especialmente expresiva, amplia y exuberante como él. Excelentes también los blancos de Nico Bensa de La Castellada, entre los cuales destacan sus monovarietales de Ribolla Gialla, Pinot Grigio y Friulano (otra variedad blanca local, llamada así por exigencias legales, ya que allí siempre han llamado Tokaj, Princic le dado la vuelta al nombre y la llama Jakot). En este equipo incluyo también a Valter y Klemen Mlecnik a pesar de su origen Esloveno, no sólo porque Klemen estaba en el grupo que vino a España, sino principalmente porque sus viñas se encuentran a unos pocos kilómetros de una frontera puramente política que sólo separa administrativamente territorios y tradiciones que han estado unidas durante muchos siglos. Volviendo al Friuli encontramos a Stefano Novello y su bodega Ronco Severo: entre sus vinos el Friulano, que catamos a ciegas entre los vinos seleccionados para la interesantísima cata titulada “La línea blanca Italiana” guiada por Jacopo Cossater en busca de una conexión entre el vino y su terroir en todas las zonas de Italia.
En esta magnífica cata de blancos pudimos descubrir otros vinos sorprendentes, como el Gaia 2012, Fiano IGP de Cantina Giardino en Campania; la Malvasía de Bosa DOC de Giovanni Battista Columbu, clara expresión de Cerdeña, que a ciegas casi parecía un oloroso; el Ansonaco del Giglio de Vigneto Altura, una joya enológica salida de los viñedos que se asoman al mar que rodea esa maravillosa isla, un vino único, diferente, exactamente igual que su creador. Finalmente, el Passito de Pantelleria 2007 de Ferrandes y el Bianco di Toscana de Massa Vecchia en la Maremma, que recordándolos me hacen revivir el duelo entablado entre los dos productores durante la cena de clausura in una pizzeria en torno a la posibilidad de reconocer el signo zodiacal a partir de los rasgos físicos de una persona: Sicilia y Toscana, dos vinos, dos latitudes, dos formas de ser, ambas fascinantes.
Y de Toscana precisamente viene la sobresaliente pareja formada por Sauro Burzagli y Romina Erbosi de Podere Luisa, que con pasión y empeño están produciendo en el Chianti, verdaderos vinos de Chianti, como manda la tradición, antes de que la fama y la especulación transformaran completamente el territorio de Toscana.
Para mí han sido también una revelación los Prosecco “naturales”, elegantísimos los de Casa Coste Piane y explosivos los de Carolina Gatti, que gracias a las levaduras mantenidas en la botella, que se comercializa sin degollar, adquieren complejidad y aromas inalcanzables por las versiones “convencionales”.
Simpático fue el equívoco con Bertrand Gautherot, productor del Champagne Vouette et Sorbée, con cuyo grupo casualmente compartí mesa en el desayuno del hotel sin que nos conociéramos, así escuchando involuntariamente sus conversaciones en francés. Después de que Bertrand se sorprendiera al descubrir que yo hablaba francés, como él ya sospechaba, durante la cena vino a mi mesa y nos dio a probar su elegante y mineral Extra Brut Cuvée Blanc D’Argille.
Un pequeño pero interesante grupo de viñadores españoles estuvieron presentes por segunda vez en el salón de vinos ViniVeri, después de que su deseada participación se materializara por fin el año pasado tras largas conversaciones.
El amigo Samuel Cano, de Vinos Patio, cuyos tintos son prácticamente sus clones: potentes, efervescentes, exuberantes. Esos vinos frutales te hacen descubrir la auténtica Manchuela. Tengo mucho que agradecer a Samuel, porque su vino blanco Aire fue en 2008 el primero elaborado con maceración con las pieles que yo probaba, consiguiendo que me enamorara inmediatamente de estos vinos tan especiales. De Ronda viene Federico Schatz, un maestro de la biodinámica y un gran caballero. Utiliza para sus vinos variedades poco conocidas en España como la Lemberger o la Muskattrollinger, revelando así, si es que hace falta, su origen alemán.
Según él el concepto de variedades autóctonas es relativo, porque ¿cuántos años tienen que pasar para que una uva se pueda considerar como tal? Sus magnéticos vinos, con cuyas etiquetas compone su apellido, son igual que él una misteriosa combinación de rasgos alemanes y españoles. No menos fascinantes son los vinos de José Miguel Márquez, presidente de la Asociación española de productores di vinos naturales, que en Montilla Moriles se ha tenido que transformar en Don Quijote para defender los valores y conocimientos que le transmitió su padre, cuya foto muestra orgulloso en su tarjeta de visita. Termino la caravana española con los vinos di Loxarel, un verdadero descubrimiento su blanco elaborado en ánforas y sobre todo sus espumosos, fuera de la DOC Cava, extraordinario el 109 Brut Nature Reserva 2004, que fácilmente pasaría por un gran Champagne.
Termino con los vinos del mítico Giampiero Bea, sus famosos Arboreus, Pipparello, el Sagrantino Pagliaro, y todos sus otros grandísimos vinos, que realmente debería haberlos presentado al inicio ya que mi primer encuentro con Viniveri fue precisamente mi visita de hace unos años a su bodega en Montefalco, a la que he dedicado ya dos posts en este blog. Son vinos que me transportan a mi Umbría natal, difíciles de describir cuando uno lleva tantos años viviendo lejos de allí y que me llenan de nostalgia. Mi sincero agradecimiento al amigo Giampiero Bea por la invitación a este magnífico salón de vinos, pero principalmente por haberme introducido en el mundo de los vinos naturales italianos, un viaje de sólo ida, porque después de haber probado estos vinos el retorno es bastante improbable.
La guinda del pastel fueron los cafés ecológicos y artesanales de Perfero Caffe, hechos con dos mezclas diferentes, una de ellas a base de arábica que ha reposado durante dos meses en barricas previamente utilizadas para hacer el gran vino tinto Kurni, dándole al café notas de frutos del bosque. La máquina expreso, y la simpática pareja que la manejaba, ha trabajado a destajo durante todo el transcurso del salón, devolviendo a la vida a muchos de los participantes después del exceso de alcohol y las pocas horas de sueño. Como echo de menos esos cafés que despiertan los sentidos, con sus aromas que permanecen en la mente, de manual, con espuma color cáscara de avellana, fina, ligera y consistente. Daría cualquier cosa por tomar uno así cada mañana…